Nuestras experiencias personales – sobre las que tenemos un control directo – se activan cuando cambiamos la forma de relacionarnos con nuestros pensamientos y emociones. Esto nos permite sintonizar nuestras reacciones con nuestras emociones así como con las de los demás. Desarrollar la capacidad de relacionarnos de forma diferente con las experiencias internas requiere que primero seamos conscientes de todos nuestros eventos mentales (p.e. nuestros pensamientos y emociones) a medida que se manifiestan en cada instante. Una vez que hayamos afinado nuestra consciencia podemos empezar a responder a nuestras emociones de manera mucho más productiva.
Aprender a darse cuenta de nuestro propio patrón de pensamiento y emociones puede ser difícil, pero afortunadamente no es imposible. Ahí es donde entra en juego la meditación o el entrenamiento de la mente. La palabra que los tibetanos utilizan para referirse a la meditación gom literalmente significa “acostumbrarse” o “familiarizarse con uno mismo”. ¿Acostumbrarse a qué? Familiarizarse con nuestra propia mente y con la manera en que experimentamos nuestros pensamientos y emociones.
Hay muchas maneras de entrenar la mente a través de la meditación. Una forma que a mí me ha ayudado a familiarizarme con mis patrones emocionales y cognitivos es sentándome cómodamente, pero con la espalda recta y, en lugar de cerrar los ojos, a menudo los dejo abiertos. Lo prefiero así porque me prepara mejor para utilizar estas prácticas en circunstancias y situaciones del día a día. No me cierro a los estímulos sensoriales y me entreno en circunstancias más parecidas a la realidad.
En lugar de centrarme en un objeto, dejo que la mente se asiente en su cualidad natural y despierta, permitiéndome tomar consciencia de la consciencia misma – a veces denominada metacognición. Suavemente noto la capacidad de la mente para estar despierta, clara y espaciosa sin centrarme intencionalmente en esto o aquello. Le permitimos descansar en un estado natural de apertura. No es necesario imaginar, invocar u observar los pensamientos, ni involucrarse con cualquier objeto visual o sonido que pueda estar rodeándonos ahora mismo.
Cuando algún estímulo sensorial nos distrae, o un pensamiento, emoción o cualquier movimiento de la mente, lo percibimos amablemente, con una actitud de apertura, igual que haríamos si estuviéramos viajando en tren y se nos presentase un paisaje hermoso. Vemos ese bonito paisaje, aunque sea por un breve momento y luego desaparece. En lugar de engancharse a este pensamiento o emoción, lo dejamos ir. En vez de dejarnos atrapar por el pensamiento lo dejamos pasar. Como si estuviéramos esperando el metro, observamos los trenes que vienen y van, pero los dejamos irse sabiendo que “este no es mi tren” y no nos subimos a él.
Puedes imaginar también los pensamientos y emociones como si fuesen nubes moviéndose a través del cielo. Vienen y van sin ceremonias. Quizás generen un poco de lluvia o truenos para después proseguir su camino.
En el momento en que te das cuenta de que te has distraído, ya estás de regreso, lo que significa que la consciencia ya está preparada y lista para percibir lo que se vaya a desarrollar a continuación dentro del espacio de la percepción y la conciencia. Es como montar a un caballo bien entrenado: no necesitas tirar de las riendas, solo con inclinar tu cuerpo el caballo ya sabe lo que tiene que hacer por el simple cambio de peso de tu cuerpo. Nuestras mentes son así, unos toques suaves son todo lo que se necesita. Si comenzamos a tratar de sujetar la mente, regañándola cada vez que se mueve, prepárate para verla en acción.
En otras ocasiones nuestra consciencia puede tomar la forma de un gato acechando que está preparado a saltar sobre cualquier cosa que pase por delante. Cuando nos demos cuenta de que la consciencia está esperando a que aparezca el siguiente pensamiento o emoción, renunciamos a eso también, dejando ir cualquier impulso que podamos sentir para convertirnos en expertos observadores. En vez de eso prueba a tomar una respiración más profunda de lo habitual. Permite que este sea un acto que te recuerde amablemente dejar que tu mente se serene. Luego, al exhalar, soltamos la urgencia de cualquier acto mental. Nuestra única tarea en este momento es ser conscientes, permitiendo que la mente se asiente en su capacidad natural de estar clara. En este instante la mente está limpia y no se preocupa por nada.
La cualidad de la mente brillante y fresca se parece a la experiencia de inhalar aire frio y cortante cuando sales por primera vez en un frío día de invierno o cómo se siente la mente después de una carrera rápida cuando nos derrumbamos en el sofá al llegar a casa.
Me parece que es tener algo que es intangible, pero que, sin embargo se puede experimentar. Una mente despierta y consciente es más útil que una concentrada intensamente en un solo objeto. En el espacio de la consciencia abierta podemos cambiar nuestra relación con los pensamientos y emociones del momento. Es mucho más fácil dejarlo ir cuando no te aferras tan fuerte desde el principio.
Artículo original by Michele Nevarez
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